Alcaldesa reprobada

En espera de la alcaldesa, basura en Los Lirios. Foto: Internet

Joel Solís Vargas

La mañana de este viernes, vecinos de las colonias Los Lirios y aledañas —ubicadas en el acceso noroeste de Acapulco, atrás del anfiteatro, justo en el borde—, bloquearon la carretera que comunica al puerto con las ciudades más al norte, entre ellas la Ciudad de México, para exigir a la alcaldesa Abelina López Rodríguez la recolección de basura, que desde el huracán Otis, 51 días después, no había recogido.

La fotografía aérea que acompaña a esta pieza de opinión ilustra el momento en que los desechos esparcidos en el carril de subida a La Cima cerraban toda posibilidad de transitar por ahí a bordo de vehículos.

Ellos no son los únicos acapulqueños que se quejan del lugar que sus colonias ocupan en las prioridades de la presidenta municipal. Muchos se quejan por la basura y por los escombros que dejó el huracán Otis y que siguen ahí donde cayeron hace casi dos meses; otros se quejan por la falta de agua entubada, y otros lo hacen por las fugas de drenaje.

Tampoco es la primera ocasión en que la alcaldesa de Acapulco es objeto de airados y justificados reclamos de sus gobernados, sobre todo por estos tres temas: basura, agua entubada y drenaje sanitario. De hecho, la gestión de Abelina López ejemplifica mejor que las de otros presidentes municipales que, como dice la conseja popular, no es lo mismo mirar a los toros desde lejos que en el ruedo.

Por lo general, las personas que tienen pretensiones políticas y vocación de gobierno son buenos candidatos, pero no tan buenos administradores. De hecho, la relación entre ambos factores suele ser inversamente proporcional: entre mejor candidato sea el aspirante —es decir mientras más mordaces sean sus críticas, más agudas sus observaciones, y más audaces y radicales sus propuestas— más mal administrador resultará, y entre más malo sea como candidato —más cerebral y menos emocional, mesurado en sus críticas y en sus propuestas, no el más mediocre— mejor administrador resultará.

El problema es que la gente acaba eligiendo al que la emociona más, al que la seduce más, al que la sorprende más… y éste resulta el peor para administrar la cosa pública, y de ahí viene la decepción con la democracia.

Pero, claro, hay un tercer perfil de candidato: aquel cuyo único mérito consiste en tomar al vuelo la oportunidad de encaramarse en la ola creada por otro candidato más eficiente para emocionar, electrizar y arrastrar a las masas; y luego obtiene la victoria impulsado por la popularidad del otro.

Tras el golpe del huracán Otis, las tres obligaciones más urgentes y básicas de la alcaldesa de Acapulco eran: 1. Despejar avenidas y calles, para lo cual cuenta con Protección Civil y Bomberos equipados con motosierras, sierras, machetes, cizallas, camiones y grúas; 2. Mantener la recolección de basura doméstica, para lo cual cuenta con una flotilla de camiones recolectores y el personal correspondiente, y 3. Mantener el suministro de agua potable en lo posible, para lo cual cuenta con un organismo operador de este elemento. Además, con una nómina de 8 mil empleados, tenía de dónde echar mano.

Pero, al menos durante las primeras dos semanas del desastre, la alcaldesa estuvo desaparecida. Ella ha informado que asistía a reuniones de coordinación con otros niveles de gobierno para atender la crisis. De seguro en esas reuniones a ella no se le asignaron tareas, pues no se vio su actuación en público.

Por eso la gente se vio obligada a sacar su basura doméstica a las calles, donde la revolvió con los escombros que dejó el huracán. ¿Y cuál fue la respuesta de la alcaldesa? Enviar patrullas de policía a detener a algunas personas que fueron sorprendidas en esa actividad. Sí, los mismos policías que no salieron a patrullar las calles los días inmediatamente posteriores al huracán para tratar de inhibir a las hordas desbocadas que se dedicaban con toda libertad a saquear todo tipo de comercios, así fueran farmacias o heladerías, ahora fueron enviados a detener a personas que depositaban basura sobre la basura que el ayuntamiento era incapaz de recoger.

Y en una especie de broma de mal gusto, los vehículos policiales fueron equipados con una grabación que repetía hasta la saciedad la prohibición de tirar basura en los tiraderos y la advertencia de que quien fuera sorprendido sería arrestado.

Pero la novela no termina ahí: la alcaldesa sigue quejándose, en declaraciones a la prensa, de que la gente vuelve a dejar cerros de desechos donde ella los acaba de recoger. Cualquier persona con algo de sentido común llega de inmediato a la conclusión de que se trata de escombros que el huracán dejó dentro de las casas, y que sus ocupantes decidieron sacarlos a las calles en cuanto vieron que por fin el gobierno había enviado camiones a recoger los que ya estaban ahí. Es decir que han estado llevando los desechos a donde pueden ser recogidos. Pero parece que la alcaldesa es incapaz de deducir eso; ha de querer que los acapulqueños quemen la basura en su casa o se la coman, o la entierren en el jardín; todo, menos que la saquen a la calle.

Cualquiera, excepto la alcaldesa, sabe que la basura doméstica se genera a cada instante; cada minuto, cada hora, toneladas y toneladas de basura doméstica están listas para ser recogidas. Y, en vez de que intensifique la recolección, como es su obligación, adopta una actitud represiva.

Así las cosas, imagínese cómo estaría Acapulco si sus habitantes no hubieran tomado la iniciativa de suplir a su autoridad más cercana, el ayuntamiento, en tareas básicas para que la ciudad no dejara de funcionar tras el huracán.

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