Érase una vez en nuestro México

Erase una vez un mundo cuyos habitantes carecían de lo que hoy es la herramienta indispensable para su comunicación: el teléfono móvil o celular, como también es conocido.

Increíblemente, ellos se las ingeniaban para llevar una vida normal; por ejemplo, cuando quedaban en verse en algún lugar, hacían todo lo humanamente posible para cumplir la cita: acudían personalmente hasta el domicilio del otro o enviaban a una tercera persona para cancelar, pero difícilmente dejaban plantado a su semejante.

Los enamorados se escribían misivas a mano; ponían mucha atención en la estética de la escritura y en la ortografía porque querían impresionar gratamente al destinatario; su carta de presentación era el buen gusto en la escritura de la carta de amor en la que cuidadosamente vertían sus sentimientos.

La carta podía durar días en llegar, y quien la recibía la leía con emoción; esa emoción se reflejaba al responder la misiva que enviaba de regreso y que llegaría igualmente en días a su destino.

De pronto apareció el teléfono; una maravilla para establecer contacto con quien quisiéramos y a la hora que quisiéramos. El problema era que sólo unos cuantos tenían la posibilidad de adquirir el servicio, por lo que sólo lo tenía “la gente de dinero”; para los que no lo tenían, es decir la gran mayoría, se instalaron teléfonos públicos que funcionaban con monedas.

En los parques, zócalos y lugares céntricos de ciudades y pueblos se instalaron casetas que casi todo el día tenían largas filas de quienes se estaban comunicando con gente que tenía el aparato en su casa, o a oficinas públicas o privadas.

Entonces era más fácil cancelar una cita o cambiarla de horario o lugar cuando uno de los involucrados tenía la ventaja de contar con un aparato en casa. Era cotidiano ver a jóvenes y no tan jóvenes pegados al teléfono público por varios minutos diciendo y escuchando palabras de amor.

Pero llegó la telefonía celular, los smartphones y los Iphone con todo y sus redes sociales y otras aplicaciones que conectan en instantes a personas aunque estén en ciudades o países muy distantes.

Sí, estos aparatos tienen la capacidad de conectar rápidamente a la gente, pero poco han hecho con la comunicación, misma que parece retroceder, en vez de avanzar, con la aparición de nuevas tecnologías.

Ahora, aunque para hacer o cancelar una cita ya no se requiere trasladadarse a otro lugar, o hacer largas filas, sino sólo hacer una llamada o enviar un mensaje, curiosamente al nuevo y tecnológico humano le da pereza siquiera hacer esto que no le implica ningún esfuerzo físico, ni pérdida de tiempo, pues lo puede hacer en segundos.

A ese mismo ser humano que antes esperaba con ansias una carta del amado para responderla aun cuando esto le quitara muchos minutos e incluso horas, ahora le da pereza responder un “hola” o un “¿nos vemos en el cine como habíamos quedado?”, y simplemente se justifica con un “se me pasó”. Por cierto, la claridad para escribir y la ortografía es lo de menos; hasta parece concurso a ver quien comete más disparates o quién logra escribir el mensaje más confuso.

Lo que antes era leer una carta sin contestarla, ahora se traduce en un “me dejó en visto”.

Tenemos facilidades para comunicarnos, pero el empleado no llama para avisar que no podrá ir a trabajar; los políticos dejan plantados a grupos de ciudadanos con quienes tenían cita e incluso dejan plantados a otros políticos porque simplemente no se dieron tiempo o no quisieron hacer esa llamada o enviar ese mensaje, no porque no hayan podido.

Familias que se separan tardan incluso años para comunicarse, cuando lo único que tienen que hacer es tomar el teléfono de casa o el celular, y marcar.

Con un smartphone o Iphone podemos hacer muchas cosas, no sólo hablar o enviar mensajes: pagar recibos de luz, agua, teléfono, cable, Internet, sin perder tiempo en los bancos o tiendas de autoservicio, pero en ocasiones lo hacemos tardíamente porque “no tuvimos tiempo”.

Somos tan cínicos que llegamos a decir “no podría vivir sin celular porque quedaría incomunicado”, como si en realidad nos estuviéramos comunicando.

Es ilustrativo el caso de una pareja que se reúne para tomar un café y que durante el encuentro cada quien está atento a su respectivo celular, pero cuando se despiden y apenas se separan algunos metros, se envían mensajes –ahora sí– entre ellos: “Apenas nos dejamos de ver y ya te extraño”, dice uno. “Recuerda que te amo”, responde el otro, palabras que no aprovecharon para decirlas cuando estaban juntos.

Es muy curioso, pues, que estemos atentos a las novedades anunciadas en materia de comunicación; aplaudimos cada nueva tecnología que llega a nuestras manos, aunque esto implique que, sin darnos cuenta, poco a poco perdamos algo tan importante como la comunicación; que olvidemos la importancia de aprovechar la compañía de un amigo o un familiar, y que ya no sepamos disfrutarnos como entes sociales que somos. 

ARTÍCULO PUBLICADO ORIGINALMENTE POR EL AUTOR EN LA JORNADA GUERRERO

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