De una una u otra manera, todos somos huachicoleros

Aunque la palabra huachicol tiene su origen en el tequila adulterado con alcohol de caña, lo que derivaba en una bebida de mala calidad, el término se usó posteriormente para el acto de robar, rebajar con agua y vender combustible, también de calidad inferior, desde luego.

Son evoluciones del lenguaje que, a fuerza de la costumbre, terminan imponiéndose y obligando incluso a la Real Academia Española (RAE) a aceptar y registrar términos o definiciones considerados en otros tiempos incorrectos.

En México llamamos huachicoleros a las personas que se dedican simplemente a robar combustible en cualquiera de sus modalidades: desde el que agujera un ducto para extraerlo directamente hasta el que mete una manguera a un auto ajeno (de la empresa donde trabaja, por ejemplo) para extraer el líquido de la discordia.

Es decir que el robo es el punto; obtener algo ilícito, pues.

“El término se originó de la sustracción de las pipas, pero se ha generalizado: ahora se usa para describir la doble facturación (en la compra-venta de gasolina) y las tomas clandestinas”, dice el libro El cártel negro: cómo el crimen organizado se ha apoderado de Pemex, de la periodista Ana Lilia Pérez.

Y en este país no hay que pedir permiso a la RAE para que el término adopte otro tipo de robos: cocacolero, si te robas una coca; cochecolero, si te robas un auto; aguacolero, si te robas el agua; eso y más dicen memes en las redes sociales en el afán de ubicar prácticas ilícitas o de robo con la misma extensión: colero.

Sí, hasta los graves problemas que enfrenta México son producto de la creatividad mexicana y de la parodia, como si se tratara de cosa menor, y no de un asunto incluso de seguridad nacional, en el cual se están disputando miles de millones de pesos: por un lado el gobierno federal que los requiere para sacar adelante al país, y del otro lado quienes ilícitamente quieren hacerse de fortunas a costa de la mayoría de los mexicanos.

No menos delicado es el hecho de que en esta disputa están en juego muchas vidas humanas, algunas de las cuales ya han sido sacrificadas y que, se supone, habrán de sacrificarse aun más porque así es el tamaño del problema.

Volviendo a los conceptos, en algunas comunidades de Tlaxcala se utiliza la expresión huachicolero para describir a quienes cometen otros robos u otras actividades ilícitas, como la venta de mercancía mal habida.

Y en este sentido amplio e incluyente de la expresión huachicol, que hoy está en boca de todo mundo y en todas las redes sociales, tendríamos que reconocer con autocrítica y honestidad que todos hemos sido o somos –de una u otra manera– huachicoleros.

Perder con toda premeditación el tiempo en el trabajo, o llegar tarde, es considerado un robo a la empresa o a la institución pública donde se trabaje, lo cual es un tipo de huachicoleo, irregularidad en la que todos en alguna o más veces hemos caído.

Cuando damos o pedimos una “mordida” –depende de qué lugar estemos– a un agente de Tránsito para que no nos multe, o en una oficina de gobierno, estamos robando a la nación porque con esta actitud evitamos que ingrese el dinero de la probable sanción a las arcas públicas, parte del cual podría haberse convertido en obras y acciones en beneficio de los mexicanos.

En cada acto de corrupción, por mínimo que parezca, pareciera que se está cometiendo una especie de huachicol; por ejemplo, cuando nos estacionamos en lugares para personas con discapacidad, consciente o inconscientemente les estamos robando sus espacios; sí, sus espacios, porque fueron creados para ellas.

Si evitamos pagar impuestos, en el fondo es un robo; si no pagamos el agua entubada que nos llega –aunque sea de vez en cuando–, estamos robando; si nos colgamos de los cables de la CFE, estamos huachicoleando, ¿no?.

Si el niño se queda con el cambio de las tortillas o, como antes, le dedica unas monedas a las maquinitas, ¿no es lo mismo aunque en baja escala? Incluso cuando copiamos en la escuela o plagiamos una idea o un libro, estamos robando algo, huachicoleando.

Y si somos parte del problema que aqueja a México, mal estamos haciendo al ser sólo espectadores, críticos –a veces muy severos– de las consecuencias que trajo consigo el combate al huachicol del combustible; porque, eso sí, queremos que la gasolina baje de precio, que nadie se la robe, pero no queremos sufrir un poco de las consecuencias que esta lucha implica.

¿Por qué no vemos en nuestro interior qué conductas erróneas estamos cometiendo a diario y comenzamos a cambiar para que el país cambie?

Artículo tomado de La Jornada Guerrero

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