Se acaba, y nada hacemos por el agua

“El objetivo general del Programa Cultura del Agua, es contribuir a consolidar la participación de los usuarios, la sociedad organizada y los ciudadanos en el manejo del agua y promover la cultura de su buen uso, a través de la concertación y promoción de acciones educativas y culturales en coordinación con las entidades Federativas, Estatales y Municipales para difundir la importancia del recurso hídrico en el bienestar social, el desarrollo económico y la preservación de la riqueza ecológica”, reza un párrafo del sitio web de la Capama.
Sin embargo, ni concientización ni ahorro del agua, y ésta cada día se acaba.
El último informe de la ONU sobre el desarrollo de los recursos hídricos recordaba que en estos momentos se estima que hay 3 mil 600 millones de personas en el planeta (casi la mitad de la población mundial) que viven en áreas en riesgo de sufrir escasez de agua al menos un mes al año. En 2050, esa población en zonas de riesgo podría llegar a alcanzar entre 4 mil 800 y 5 mil 700 millones.
Actualmente es muy común que en Acapulco el agua llegue más racionada a nuestros grifos con relación al resto del año, o que en definitiva se ausente; también ha sido común a lo largo de los años que culpemos a las autoridades de que privilegian la zona turística o de que no cumplen su obligación de garantizar el abasto durante todo el año para todos.
¿Quién se llevó nuestra agua?, podría ser la pregunta que nos hemos hecho cuando evocamos los tiempos en que al abrir el grifo –todos los días, sin falta– el líquido salía con tal fuerza que incluso frecuentemente rompía mangueras, y no nos quedaba otra que reparar una y otra vez sus fugas.
¿Quién se llevó nuestra agua?, podría también parafrasearse así el título del libro “¿Quién se llevó mi queso?” (Who moved my cheese?), publicado por el estadunidense Spencer Johnson en 1998, en el que narra la historia de dos ratones y dos liliputienses (seres del mismo tamaño que los roedores, pero con aspecto e inteligencia similar a los humanos), quienes comparten la aventura de buscar queso para su sobrevivencia y felicidad.
En una ocasión encontraron un depósito de buen queso y se dispusieron a radicar cerca de ese lugar, que se convirtió en su zona de confort. Tenían a la mano lo que querían y eso era lo único que importaba. Los más cómodos con esta situación eran los liliputienses, quienes llegaron a creer que ese queso era de su propiedad y que les habría de durar para siempre.
Los ratones, que no eran inteligentes, pero sí muy instintivos, se dieron cuenta de que la cantidad de queso disminuía cada día y no en la proporción en que lo consumían los cuatro personajes.
Un día llegaron al depósito y lo hallaron vacío. “¿Quién se llevó mi queso?”, estalló en cólera uno de los liliputienses mientras trataba de buscar culpables de la nueva situación que no esperaba; en cambio, los ratones, que habían detectado lo que pasaba y que se habían preparado para este día, salieron de su zona de confort para buscar nuevo queso.
La historia trata de mostrar al lector cómo detectar, afrontar, adaptarse y tomar acción frente a los cambios que constantemente se están dando en nuestra vida privada y profesional.
En Acapulco, y en otras partes más del país y del mundo, muchos ya se han preguntado en el pasado, se preguntan en el presente y se preguntarán en un futuro muy cercano: “¿quién se llevó nuestra agua?”.
Y como en la historia anterior, no hemos sido capaces de detectar que ésta se ha ido acabando por muchas razones, una de ellas porque nos gusta estar en nuestra zona de confort, es decir abrir el grifo y usarla y desperdiciarla, “al fin que yo la pago”; tampoco hemos afrontado la nueva realidad, mucho menos nos hemos adaptado y tomado acción para revertir lo que parece inevitable: el agua se acabará al igual que el queso de los ratones y los liliputienses.
Y como los diminutos personajes que se parecen en mucho a los humanos, nos erigimos contra las autoridades, a quienes exigimos “nuestra agua”, cuando es bien sabido que lo que pagamos en nuestros recibos –quienes lo hacemos– es sólo una mínima parte de lo que realmente cuesta llevarla hasta nuestros domicilios.
Las corruptelas o no, en que han incurrido quienes manejaron los organismos operadores del agua es punto y aparte, y no es que se tenga que olvidar, pero eso es algo que tiene que ver más con cuestiones legales que con el tema de la escasez… y la que viene.
Como en el caso de la disminución de queso en las bodegas, algo está pasando con el agua, y no nos estamos preparando para el cambio, ni tomamos acciones serias para afrontarlo.
Las autoridades no hacen campañas de concienciación con cifras reales sobre lo que ocurre en el mundo y en nuestro entorno cercano; no sancionan a quienes desperdician el líquido vital. Los empresarios tienen ojos para sus oficinas de ventas o finanzas, pero no para cuidar este producto que usa y necesita a diario; los usuarios en casa creemos que es algo que nos merecemos, pero que no cuidamos porque creemos que se da por generación espontánea.
Desde hace muchos años ha venido ocurriendo este fenómeno en el mundo y alcanzado a nuestras localidades, pero ¿por qué no nos hemos percatado o no nos hemos querido percatar de la gravedad del asunto?
Expertos hablan de los cambios en política o en mercadotecnia o en comunicaciones, y a ellos todo mundo pone atención; pero nadie escucha el grito de la tierra en que vivimos, nuestro único hogar, que cada día se seca –por las razones que ordenen y manden– y cuyas consecuencias finalmente las sufriremos todos.
Aclaro: las consecuencias las estamos viviendo todos, pero en vez de accionar sólo alcanzamos a reclamar: “¿Quién se llevó nuestra agua?”. Y no, no estamos preparados para el cambio.

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