«Nunca lo volví a ver», la angustia que dejan los desaparecidos

Acapulco, Gro.- De 2007 a la fecha, existe un registro de 4 mil 200 personas desaparecidas en este puerto presumiblemente por parte del crimen organizado, según el conteo de la asociación Familias de Acapulco en busca de sus Desaparecidos, colectivo que desde 2015 comenzó acciones de localización e identificación de cuerpos.

Esa cifra, horrísona por sí misma, contrasta brutalmente con los 3 mil 304 desaparecidos en todo Guerrero, reconocidos oficialmente por el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas de la Secretaría de Gobernación.

Esto es, que tan solo en Acapulco existe una cifra negra de casi un millar de personas desaparecidas más que el total reconocido por el gobierno de la Cuarta Transformación.

Integrado por 273 familias, ese colectivo -el único de su tipo existente en el puerto- comenzó la búsqueda de personas desaparecidas en 2015, a partir de que se constituyeron legalmente como una asociación civil con la única ayuda solidaria del ala de la Iglesia Católica identificada con la Teología de la Liberación, personificada por el sacerdote Jesús Mendoza Zaragoza.

A lo largo de los años, el colectivo ha localizados 45 personas sin vida en zonas abruptas de la periferia del puerto, que es el área donde se estima que estarían enterrados la mayor parte de las personas desaparecidas. Esa zona se ubica geográficamente a lo largo del Río de La Sabana o en las faldas del Parque Nacional El Veladero, que circundan el puerto de Acapulco

La mayoría de los desaparecidos son personas jóvenes, con edades que van de los 16 a los 37 años, y entre ellos está documentada la presencia de 49 mujeres que fueron sustraídas con violencia de sus hogares o su empleo por hombres armados.

Dentro de todo este clima de terror que ha sido ignorado por las autoridades de los tres órdenes de gobierno, la buena noticia es que 35 personas fueron localizadas con vida por el colectivo, que de inmediato las trasladó a otros lugares para protegerlas.

Esa búsqueda desesperada, rodeada del silencio oficial, en los hechos comenzó a partir de la desaparición de un niño, José Alberto Téllez Mora, de 14 años, secuestrado el 20 de septiembre de 2011 cuando se dirigía a su escuela.

José Alberto era un muchacho brillante, afecto a las matemáticas, que precisamente se dirigía a su escuela en un recorrido a todo lo largo de la Costera Miguel Alemán desde su domicilio, en la colonia Costa Azul, a su plantel ubicado por la glorieta de La Diana. Ese trayecto de varios kilómetros se ubica en la Zona Durada de este destino turístico, la zona que en teoría es la más vigilada de todo Guerrero.

Su madre, María Emma Mora Liberato, recibió posteriormente una exigencia de rescate. Como pudo, la familia reunió una cantidad y la entregó según las indicaciones de los secuestradores. Sin embargo, el niño nunca fue entregado. Jamás lo volvieron a ver.

De 55 años, Mora Liberato cuenta con una licenciatura en Administración de Empresas por el Instituto Tecnológico de Acapulco (ITA), y a lo largo de los años ha combinado el ejercicio de su profesión con su responsabilidad como madre de familia.

Con su tragedia a cuestas, esta esforzada mujer sacó fuerzas del dolor y comenzó a reunirse con otras familias que pasan por la misma situación, a sabiendas de que detrás de la mayor parte de las desapariciones está el crimen organizado.

Al principio, cuando comenzaron a reunirse, evitaban encontrarse con la prensa y, cuando lo hacían, se mostraban de espaldas para evitar ser identificadas por los criminales. Hoy, a varios años de distancia, han perdido el miedo y reclaman a gritos el apoyo obligado del gobierno que, por su parte, ha guardado silencio.

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En particular, Mora Liberato reclama el incumplimiento del presidente Andrés Manuel López Obrador y la falta de empatía de la alcaldesa Adela Román Ocampo, ambos de Morena.

En 2019, recuerda, López Obrador les prometió apoyo político y financiero para buscar a los desaparecidos.

Pero no solamente no nos ayudó, sino que de un plumazo canceló los fondos de la Comisión de Búsqueda de personas, cortó los fondos para el personal técnico y jamás volvió a recibirnos. Nosotros creímos en él, pero en realidad nunca tuvimos apoyo, contó la señora Mora Liberato.

Del gobierno morenista de Acapulco, Mora Liberato mencionó que la alcaldesa Román Ocampo ni siquiera tuvo la empatía der enviarles despensas o agua, en particular cuando han emprendido la búsqueda de cuerpos. Es por eso, dice, que la mayoría de los integrantes del colectivo “no quieren saber nada de la autoridad”.

En contraste, afirmó que el gobernador Héctor Astudillo es quien les ha proporcionado apoyo material para la búsqueda de sus desaparecidos. Han sido apoyos menores, como el envío de personal forense, pero también despensas, agua, implementos para la búsqueda, seguridad para los casos en que encuentran cuerpos.

Durante la entrevista fue posible conocer casos desgarradores de madres de familia a las que le fueron “levantados” dos o tres miembros de la familia que jamás aparecieron.

Son 273 familias acapulqueñas a las que les han desaparecido a familiares, muchas veces trabajadores que no se merecían ese destino, dice esta madre de familia que ha encabezado los esfuerzos por encontrar vivos a los desaparecidos. “Y cada día las cifras siguen cambiando, cada día sabemos de otras personas que fueron sustraídos de sus trabajos, de la calle o de sus casas inclusive”.

 

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Pero la experiencia más dolorosa, quizá, es la que las familias encontraron con la sociedad acapulqueña.

Expone Mora Liberato que las personas agraviadas se toparon con una sociedad indiferente al dolor, carente de empatía, que en muchos casos los trataron como apestados.

Muchas veces en la calle pedimos apoyo económico a la comunidad, pero se retiraban de nosotros como si tuviéramos una enfermedad contagiosa. Nos daban unos cuantos centavos como si se los dieran a unos limosneros, o peor aún.

 “Esa es una experiencia verdaderamente dolorosa a la que, por desgracia, ya nos acostumbramos: a la indiferencia y el asco que provocamos en la sociedad, que mientras no resulten afectados, no les importa el dolor de los que sufrimos”, expresa con mucha pena la señora Mora Liberato”.

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Las fechas expuestas por la entrevistada coinciden con los momentos en que se produjo en Guerrero el auge y caída del clan de los Beltrán Leyva, que por esos tiempos se hizo del control de este destino turístico. Según diferentes fuentes de información, Arturo Beltrán Leyva se estableció en Guerrero aproximadamente a principios de la década del 2000.

Cuando se establecieron en Guerrero, el cártel se dedicaba única y exclusivamente a la compra-venta de cocaína que recíbía en el puerto y enviaba a su principal mercado: los Estados Unidos.

Siempre según esas fuentes, en 2004 los capos se dieron cuenta de que el principal negocio de la cocaína era la venta al menudeo. Y comenzó la etapa de las “tiendas” de cocaína a los consumidores. Las tiendas eran, decían las fuentes, una verdadera mina de oro.

Y comenzaron los asesinatos para desplazar a los vendedores locales para estalecer las “tiendas oficiales”. Al parejo comenzaron también las desapariciones de diferentes personas que se significaban como problemas para el negocio.

Un conteo de periodistas locales estableció en más de 50 el número de asesinatos de personas tan sólo ese año por motivos desconocidos. Los homicidios, trascendió entonces, eran cometidos por pistoleros del cartel.

En 2005 se produjo el choque contra los sicarios de los Zetas al mando entonces de Ossiel Cárdenas, aunque siempre de modo subrepticio. Los enfrentamientos armados de 2006 y 2007, principalmente en La Garita, hicieron del conocimiento público la existencia de esa guerra subterránea.

A partir de esa fecha comenzaron los “levantones” de uno y otro lado -los Beltrán Leyva contra Los Zetas; choques contra los federales, asesinatos de bandas locales-, que generaron un pandemonium en Guerrero.

Luego de la caída de Arturo Beltrán Leyva, en 2009, comenzaron los asesinatos masivos de personas por confusión o por venganza.

Fue el advenimiento del Cártel Independiente de Acapulco (CIDA), que generó muchos asesinatos o “levantones” de personas sin control de ningún jefe criminal, lo que generó también el surgimiento de bandas locales más violentas que actuaban sin ningún “código ético” como en los tiempos de Arturo Beltrán, que tenía estrictamente prohibidos los robos, los asaltos y los secuestros.

Esta vorágine de violencia dio pauta también al surgimiento de las policías comunitarias.

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De pie sobre la Costera, de cara a la bahía -exactamente al centro, donde está colocada el Asta Bandera- con una tristeza incesante, Emma Mora mira fijamente al suelo y, al recordar a su hijo José Alberto -que hoy tendría 24 años- sólo acierta a musitar: “Nunca lo volví a ver…

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