Cómo entender el caos en Morena

Que entre las filas del partido Morena hay oportunistas, anti demócratas, incluso “fifís” y corruptos, no puede negarse, pero tampoco es difícil entenderlo, y mucho menos significa el fin de la Cuarta Transformación, bandera que enarbola su creador y principal impulsor, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador.

Para no irnos muy atrás –porque podríamos hacerlo- sólo recordemos aquel 1989, año en que se funda el Partido de la Revolución Democrática (PRD), derivado de un Frente Democrático Nacional compuesto por partidos y organizaciones de izquierda, que habían apoyado a Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano para buscar la presidencia un año antes, y que perdió frente a Carlos Salinas de Gortari, del PRI.

No obstante, el intento fallido por derrotar al otrora poderoso e invencible partido de Estado, el PRD estaba convertido en la única posibilidad de dar pelea con auténticas posibilidades de ganar, o al menos de arrancarle posiciones en las cámaras y en los congresos locales, así como ayuntamientos y gubernaturas.

Por el lado del pueblo, el partido del Sol Azteca estaba convertido en una especie de esperanza para mejorar las condiciones de un país que ya estaba dando muestras de descomposición, de un país “de mujeres y hombres afligidos por abuso de las autoridades o por la arrogancia de las oficinas gubernamentales», como lo había dicho el propio Luis Donaldo Colosio, candidato del PRI para las elecciones de 1994, quien finalmente fue asesinado.

Los comicios de 1994 fueron ganados por Ernesto Zedillo Ponce de León, del PRI, pero a lo largo y ancho del territorio nacional la tinta amarilla del PRD pintaba municipios y distritos locales; a nivel federal obtuvo 71 diputados y 8 senadores.

Para el mítico año 2000 Cárdenas Solórzano busca por tercera vez la Presidencia de México y la pierde contra Vicente Fox Quezada, del PAN. En la composición del Senado hay 16 perredistas, en tanto que en la Cámara de Diputados federal hay 65 provenientes del Sol Azteca.

Más tarde, en 2006, luego de haber sido jefe de Gobierno del entonces Distrito Federal, una nueva figura, Andrés Manuel López Obrador, encabeza las aspiraciones de una izquierda que no ha podido lograr el máximo triunfo al que aspira todo partido político: la presidencia de México, la cual pierde como candidato de la coalición Por el Bien de Todos.

El fracaso se repite en 2012 cuando encabeza la coalición Movimiento Progresista en las elecciones de 2012 (PRD-PT-MC), pero el PRD ya tiene 22 senadores y 104 diputados federales.

A nivel local ya había cualquier número de diputaciones locales y alcaldías en manos del PRD, partido que poco a poco fue dejando el discurso contra el gobierno, porque ya era parte del mismo.

Y esa lucha contra los poderosos, contra los ricos, contra los corruptos, comenzó a olvidarse; sí, esos a los que en su momento llamaban despectivamente violentos o guarachudos, se fueron convirtiendo en gente fina, de ropajes caros y de grandes y lujosas camionetas.

Comenzaron a escucharse historias de “Los Chuchos”, de maridaje, de cochupos con el PRI para votar por tal o cual iniciativa y, ya cooptados por el dinero, se olvidaron del pueblo, ése que los encumbró con la esperanza de que una vez en el poder, gobernarían para los más necesitados.

El PRD, la esperanza, estaba corrompida.

Sí, en efecto, el partido fue infiltrado por oportunistas, por quienes no encontraban candidaturas en sus partidos y acá se las daban en bandeja de plata y, una vez dentro, sacaban el cobre y se unían a las maniobras del gobierno federal en turno.

Muchos que estaban enquistados en diferentes cargos habían llegado, primero por la figura de Cuauhtémoc Cárdenas, y después por la de López Obrador, pero eso ya no les importaba y primero orillaron al primero, y después al segundo, a dejar el PRD.

Por eso, ya en 2018, López Obrador es postulado por la coalición Juntos Haremos Historia, conformada por Morena, el Partido del Trabajo (PT) y el Partido Encuentro Social (PES), mientras que su anterior partido, el PRD, decide traicionar su histórica careta de partido de izquierda para unirse a su presunto eterno enemigo, el PAN. Incluso MC, dio la espalda a quien finalmente logra la hazaña y se levanta con el triunfo.

Y con esta victoria, Morena, que se convierte en la primera fuerza del país, atrajo a sus filas, igual que ocurrió en su momento con el PRD, no sólo a políticos de auténtica izquierda y vocación democrática en favor de los pobres, sino también a improvisados, oportunistas y, hay que decirlo, corruptos y hasta “fifís”.

Y poco a poco se han ido despojando de sus máscaras, algunos incluso regresando a sus antiguos partidos, de donde nunca debieron haber salido, o bien sin irse están demostrando intereses mezquinos, con lo que dan un mensaje a la sociedad de que en Morena, con fuego amigo, se están despedazando entre ellos.

Y eso no es difícil de entender; es muy sabido que el poder desgasta, pero a eso hay que agregar que López Obrador, cabeza de la Cuarta Transformación, no puede estar detrás de cada actor político, sobre todo de quienes aprovechan su posición para hacerse de dinero y privilegios de maneras no confesables.

El presidente de México no es Morena, y viceversa: Lo que haga Morena no tiene por qué afectar la imagen del Ejecutivo, aunque las encuestas –depende quien las haga- puedan decir lo contrario.

Morena podría terminar de corromperse, puede ocurrir como ocurrió con el PRD; sus políticos pueden dar la espalda al Presidente, quien aprovechará, hasta donde las fuerzas lo permitan, para establecer las reglas de una nueva República, donde la corrupción no sea la regla, sino la excepción. ¿Lo logrará? Eso nadie lo sabe.

Morena no es un partido incólume, perfecto, y eso no es difícil entenderlo.

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