Comunicación social, la degradación

Joel Solís Vargas

De un tiempo a la fecha, los boletines y las gacetillas que salen de la Dirección de Comunicación Social del gobierno de Acapulco han llevado al extremo la práctica perniciosa de ensalzar la figura de la más alta autoridad del ayuntamiento, en este caso de la alcaldesa Abelina López Rodríguez.

Ahora el nombre de la presidenta municipal está en todos los encabezados de los textos que difunde la dependencia. En todos, aunque no venga a cuento su presencia, al mismo tiempo, en la sofocación de un incendio (“Ordena Abelina apagar un incendio en tal lugar”), en la plantación de árboles (“Reforesta Abelina López tal lugar”) y en la recepción a los turistas de un crucero (“Da el gobierno de Abelina cálida recepción al crucero fulano de tal”), por poner un trío de ejemplos hipotéticos.

Si el lector se toma los encabezados al pie de la letra, le parecerá que la alcaldesa está en tres asuntos al mismo tiempo, o en cinco, o en seis; en todos los sucesos del día. Porque ella está pendiente de todo y es omnipresente, o al menos tiene el don de la ubicuidad.

Porque la alcaldesa, aunque esté desayunando en el lujoso restaurante Suntory con su exsecretaria de Bienestar, está pendiente de las necesidades de todos los acapulqueños y en permanente contacto con toda la estructura de su gobierno para dar las indicaciones correspondientes con toda oportunidad.

O sea que, si la alcaldesa no ordena apagar el incendio, los bomberos del municipio no tomarán la iniciativa; si la alcaldesa no instruye sembrar arbolitos, nadie en el ayuntamiento lo haría; si la alcaldesa no va al muelle a recibir a los navegantes, a su secretario de Turismo ni se le ocurriría.

Obvio, no. A menos que se trate de inadaptados sociales, todo mundo en cualquier trabajo sabe lo que se espera de él y lo hace. El jefe de jefes está ahí para representar a todo el conjunto y para responsabilizarse en términos políticos de sus ineficiencias y sus fallas.

Este abuso de la comunicación social que lo desvirtúa nunca se había practicado en México. De seguro en Norcorea o en Rusia. Tal vez hasta en China. Pero nunca en México, ni en los tiempos más aciagos de la dictablanda del PRI-gobierno.

Sin embargo, no es de extrañar ahora en un gobierno de la 4T, cuyos líderes entienden las cosas simples de una manera en verdad retorcida.

Una de las muchas promesas incumplidas de la 4T tiene que ver con la transparencia gubernamental. La premisa lopezobradorista era que la corrupción (“la madre de todos los males”) estaba extendida, cual cáncer metastásico, en todos los niveles de gobierno, y los corruptos se esforzaban por ocultarla, para seguir robando con impunidad.

A la llegada de “la verdadera democracia” todo eso cambiaría, y “el pueblo” podría conocer todo del nuevo gobierno, porque “no hay nada que ocultar”.

Por supuesto, nada de eso resultó verdad, sino, como en muchas áreas, resultó peor. Y una de esas áreas es la comunicación social, una función esencial de todo sistema democrático, que apareció en escena como necesidad imperiosa de México en la década de los 80 del siglo pasado, cuando sectores cada vez más amplios de la sociedad cobraban conciencia de la realidad del gobierno y de la política mexicanos.

Desde entonces el gobierno ha instalado oficinas de comunicación social en sus dependencias, cuyo objetivo original era muy claro: difundir entre la sociedad toda información pertinente generada por el Estado. La idea subyacente era: todo lo que hace el gobierno debe estar a la vista de los gobernados, de modo que estos puedan enterarse de todo lo que les interesa de la información pública, con la única limitante de la seguridad nacional.

Pero, como ninguna oficina de comunicación social manejaría información que pudiera poner en riesgo la seguridad nacional, se creó, más adelante, un organismo autónomo integrado por especialistas, que decidiría qué información es en realidad sensible y merece ser reservada, y cuál no, después de escuchar los argumentos de la autoridad, que quedó obligada por ley a dar las explicaciones correspondientes.

Pasada la novedad de la democratización de México y pasada la novedad del relevo político en el gobierno, el ejercicio de la comunicación social comenzó a degradarse. Un buen ejemplo de ello es Enrique Peña Nieto: cuando llegó a la gubernatura del Estado de México, su departamento de comunicación social le hizo una poco sutil campaña nacional: firmó contratos de publicidad con medios de comunicación de todo México para que estos le publicaran sus gacetillas. Y en todas estas, por supuesto, se incluía su nombre, en el encabezado o en el cuerpo de la nota.

¿Un gobernador que difunde por todo el país sus actividades en su estado? Parece raro, ¿no? ¿A quien en Chihuahua o en Yucatán, por ejemplo, le interesa el detalle de lo que hace el gobernador del Estado de México?

Confrontado con esto, cualquier periodista de cualquier medio de comunicación sabría de inmediato que lo que ese gobernador busca es posicionar su nombre porque busca que los ciudadanos lo conozcan y lo reconozcan en futuras boletas electorales… porque tiene planes político-electorales.

¿Funciona esta estrategia? Habría que determinar su peso específico porque las estrategias electorales son siempre la suma de varias estrategias, y algún buen peso han de tener en el conjunto, porque los políticos siguen usándola. Y a Peña Nieto se le hizo ser presidente de la República.

Cuando la 4T ascendió al poder, muchos le dieron el beneficio de la duda: ¿sería posible que la comunicación social volviera a su función originaria de informar qué hace el gobierno? Pero a estas alturas ya queda claro que, en vez de mejorar, el trabajo de las oficinas de Comunicación Social empeoró: hacen lo mismo que hacían los propagandistas de Peña Nieto, pero de manera más burda, rústica y descarada, como resultó ser el estilo del nuevo gobierno y de sus fieles.

De manera muy rupestre, practican el culto a la personalidad, la que hace más de medio siglo denunciaba el líder soviético Nikita Jrushchov. Casi un siglo después de eso, “la verdadera democracia” de Morena revivió con todo descaro esa práctica.

Y hoy vemos gacetillas cabeceadas como “Sofoca el gobierno de Abelina el incendio en el hotel Playa Suites”. No que no sea verdad, pero las normas de redacción periodística mandan cabecear las notas de datos duros de manera más específica; algo así como “Bomberos de Acapulco sofocan el incendio en el hotel Playa Suites” o, más periodístico aun: “Estalla conato de incendio en el hotel Playa Suites” (porque eso de que “bomberos sofocan un incendio” es, en realidad, una antinota).

Sin embargo, aun admitiendo que los boletines y las gacetillas no se redactan con los mismos criterios que las notas periodísticas, hay que reconocer que poner en todas las cabezas el nombre del presidente municipal o del gobernador, aunque no venga a cuento, es una exageración de corte propagandístico.

Una situación que agrava las cosas es que, debido a la crisis de los medios de comunicación generada por el auge de los blogs digitales, ya muy pocos hacen periodismo en Acapulco. Muchos, quizá la mayoría, de los que hoy se dicen periodistas, en realidad son replicadores de la versión oficial, cuya función es copiar y pegar en sus blogs las gacetillas del gobierno “sin cambiar una sola coma”, y al final del mes reunir los testigos (en medios de comunicación, el testigo es una copia, impresa o en video, según sea el caso, del material publicado, que se entrega al anunciante para que pague y justifique el pago ante sus auditores) para cobrarle al gobierno por sus servicios.

No tienen otros ingresos formales, y el gobierno lo sabe. Sabe que los tiene cogidos por el cogote, que sus únicos ingresos formales son los que el gobierno les proporciona por la publicación de sus gacetillas, que no tienen recursos ni tiempo para reportear, para denunciar corruptelas y deficiencias, y que por eso son inofensivos.

Eso es, quizá, lo peor de esta ecuación.

En fin, el hecho es que cuando un departamento de comunicación social de un gobierno o de una dependencia empieza poniendo el nombre de su titular en todos los casos, aunque no venga a cuento, eso sólo puede significar que el titular ha decidido lanzarse a la conquista de otro cargo de elección popular y está posicionando su nombre en la mente de los electores. ¿Es eso lo que está haciendo Abelina López?

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