La fiesta de fin de curso

«Nosotros estamos haciendo más con menos», se jactó el presidente Andrés Manuel López Obrador en su mañanera del miércoles de la semana pasada. Como hace todos los días en su conferencia de prensa, estaba marcando distancia con los presidentes anteriores, quienes —se supone que debemos deducir—, con más recursos, hicieron menos que él por el país.

Pero el paquete económico que su gobierno puso a consideración de la Cámara de Diputados la semana pasada para el próximo año incluye más de un billón 700 mil millones de pesos de déficit fiscal, para completar un presupuesto de egresos de 9 billones 22 mil millones de pesos, el más grande de toda la historia del país.

De entrada, esta cifra muestra que el gobierno actual no está “haciendo más con menos”. Podría ser verdad —a reserva de la demostración correspondiente— que esté “haciendo más”, pero no sería con menos, sino con más recursos, y así quedaría anulado por sí mismo el intento de demostrar que la 4T es más eficiente que los gobiernos anteriores.

Pero lo grave es que, para completar el presupuesto que el Presidente requiere para terminar las obras que comenzó —o que prometió—, necesita endeudar al país con más de un billón 700 mil millones de pesos, pues la recaudación fiscal le proporcionará sólo 7 billones 329 mil millones de pesos, según cálculos del propio gobierno. Y más grave es que no será esta la primera vez que pide prestado para completar el presupuesto: lo ha hecho a lo largo de todo su sexenio.

De hecho, la deuda que Felipe Calderón dejó en 10 billones de pesos y que Enrique Peña Nieto aumentó a 14 billones, habrá crecido a 16 billones de pesos cuando López Obrador deje la presidencia. Es el gran desmentido que deberá cargar como cruz el resto de su vida el hombre que juró que no endeudaría al país. ¿Dónde quedaron los 500 mil millones de pesos que, según denunció cuando era candidato, cada año se robaban los corruptos y que él destinaría al desarrollo? Si es que alguna vez existieron, no fueron suficientes.

El Presupuesto propone “rescatar”, una vez más, a Pemex, con el fin de que la petrolera estatal, comparada por muchos analistas con un barril sin fondo debido a su insolvencia crónica y su falta de un convincente plan de reestructura y de negocios, pueda hacer frente a sus compromisos.

Otra gran parte de ese préstamo se orientará a los proyectos preferidos del López Obrador: la refinería de Dos Bocas y el Tren Maya, que carecen de clara justificación económica y social, lo cual los convierte en un caso más de desperdicio de recursos.

A la par de sus sucesivos endeudamientos, este gobierno persistió en el descuido de las funciones básicas del Estado, como la seguridad, la salud y otros servicios públicos.

Ahora bien, según los que saben de economía, este nivel de endeudamiento (48.8 por ciento del PIB) es perfectamente manejable si la próxima presidenta asume con responsabilidad las finanzas públicas del país y si nombra al frente de éstas a una persona honrada, experta y eficiente.

Pero no es ético y sí muy desconsiderado dejar al próximo gobierno la obligación de pagar la fiesta de fin de cursos del Presidente, que en el último año de su gestión se lanza a gastar a fondo. Y habría que ser muy ingenuo para no deducir que el objetivo de toda esta operación en un año electoral es ganar el mayor número posible de votos para los candidatos de Morena.

Este endeudamiento restará margen de maniobra a cualquiera de las dos mujeres que se perfilan con más posibilidades, pero sería particularmente injusto si, por un vuelco del destino, resultara Xóchitl Gálvez ganadora de la elección presidencial en vez de Claudia Sheinbaum, pues de por sí los comienzos de sexenio suelen ser complicados en términos de presupuesto.

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