Lluvia y política

Joel Solís Vargas

Si usted se ha alarmado al ver las imágenes televisadas de las inundaciones en otras ciudades del país causadas por las muy esperadas lluvias de este año, que por un lado han puesto fin a una sequía prolongada, pero por otro han arrastrado a personas y bienes y han dejado destrucción, muerte y pérdidas, tenga en cuenta lo siguiente: es probable que las próximas lluvias en Acapulco sean similares o peores.
De hecho, algunos estudiosos del clima prevén que, en adelante, debido al cambio climático, lo “normal” será que los huracanes sean como Otis, es decir intensos, destructivos y peligrosos.
Por la abundancia y la violencia de las lluvias mostradas en estos días por la televisión, cualquiera podría pensar que tienen razón.
Durante al menos 20 años, los científicos del clima lo han advertido: entre todos los daños que la actividad humana causa al planeta, uno de los más devastadores es el calentamiento global derivado de la producción de gases de efecto invernadero, en primer lugar, dióxido de carbono.
Gobiernos de todo el mundo se han comprometido en cumbres climáticas a disminuir de manera drástica la producción de esos gases, lo cual exige, entre otras muchas acciones, sustituir en modo creciente los combustibles fósiles, derivados del petróleo, por energías renovables y por energías limpias.
Pero, por una u otra causa, los gobiernos han fallado. El de México está entre ellos, en particular el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, cuya justificación ha sido de tipo ideológico: su doctrina dicta que el petróleo debe ser, como era en tiempos de Lázaro Cárdenas, la palanca del desarrollo de la nación.
En ese afán nostálgico ha esgrimido a veces el argumento del combate a la corrupción y a veces ha aludido a una demagógica austeridad, pero el resultado siempre ha sido quitar recursos a programas que habrían contribuido a mitigar el cambio climático, en una escala muy menor, si usted quiere, en vez de contribuir a agudizarlo.
La política ambiental del gobierno que está por concluir ha sido en verdad desastrosa, lo cual es irónico porque antes de que López Obrador tomara posesión hace casi seis años, entre las comunidades ambientalistas había mucha esperanza de que, ahora sí, por fin, se tomarían medidas para proteger a fondo los recursos naturales de la nación y se combatiría la contaminación y el cambio climático.
Hoy, lo que hay entre los ambientalistas es pura y simple decepción.
Este gobierno, por un lado, emprendió una destrucción institucional a gran escala: eliminó la Gendarmería Ambiental (una corporación federal que tenía la encomienda de garantizar, mantener y restablecer el orden y la paz en las 182 Áreas Naturales Protegidas de México, así como de salvaguardar la integridad de las personas vinculadas a ellas), la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio), el Programa de Empleo Temporal para compensar a voluntarios combatientes de incendios forestales, y más de 30 fondos mixtos del Programa Presupuestario Fomento Regional de las Capacidades Científicas, Tecnológicas y de Innovación.
Además, adelgazó hasta la inanición la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp), el Fondo de Desastres Naturales (Fonden) y el Fondo para el Cambio Climático, que operaba la Semarnat.
Hoy están destruidos el Centro de Investigaciones Biológicas del Noroeste y el Centro de Investigación Científica y de Educación Superior de Ensenada, que hasta antes de este gobierno fueron vanguardia en el estudio del entorno natural.

Destrucción
Y vea usted las consecuencias: 2019 y 2020 fueron los dos años con mayor deforestación en las dos décadas más recientes, en buena medida a consecuencia del programa lopezobradorista Sembrando Vida, que viola los acuerdos de París y de Montreal (pues su objetivo no fue ambientalista, sino electoral), y también a consecuencia del Tren Maya, para cuya construcción han sido talados más de 10 millones de árboles, además de que ha sido contaminado todo un sistema de aguas subterráneas y han sido destruidas decenas de cuevas naturales, formadas a lo largo de millones de años, crímenes que serán muy difíciles de revertir.
También con el pretexto ideológico, la 4T pausó (con miras a eliminar) la reforma energética del 2013 y la transición a las energías limpias, y dio todo su apoyo a la producción de combustóleo, el subproducto más contaminante del petróleo, y a las refinerías. El resultado es que ahora México no sólo contribuye al cambio climático con dióxido de carbono; también es uno de los países que producen más metano, otro gas de efecto invernadero.
Todo eso no sólo fue una declaración de que para México son más importantes las razones ideológicas del régimen que el bienestar del planeta y la buena relación con sus principales socios comerciales, que son Estados Unidos y Canadá, con los que tiene firmado un tratado de libre comercio.
Así que, ahora que un aguacero inunde el barrio en que usted vive, o ahora que un huracán destruya su ciudad, recuerde que el gobierno que está por terminar tiene mucha responsabilidad en ello.
Mención aparte merece la devastación arbórea que dejó el huracán Otis. Según cálculo de la Procuraduría de Protección Ambiental del Estado de Guerrero (Propaeg), reponer esa pérdida implicará sembrar un millón de árboles en el municipio de Acapulco, 100 mil de ellos en la ciudad.

Lejos de la meta
Antes del gobierno de López Obrador, México se comprometió a reducir en 35 por ciento sus emisiones de gases de efecto invernadero para el 2024 y en 43 por ciento para el 2030, sin financiamiento externo, y hasta en 45 por ciento con financiamiento externo.
Las estimaciones apuntan a que no llegará a la meta de este año, pues en junio apenas ha logrado una reducción de entre 31 y 32 por ciento.
El próximo gobierno federal deberá pisar el acelerador a fondo, no sólo porque un compromiso institucional es la palabra nacional empeñada ante el mundo, sino, sobre todo, porque cada año son más voluminosas las pérdidas que dejan las lluvias y las sequías, incluidas las vidas humanas que se cobran.
La próxima administración federal tiene que hacer la tarea que no hizo el gobierno de López Obrador, reponer el tiempo perdido, y hacerlo sin los recursos que tuvo a su disposición y que dilapidó el gobierno que por fortuna ya se va.
A querer o no, el próximo gobierno tendrá que quitar la pausa a la participación del capital privado en la generación de energías limpias. Y tiene que hacerlo pronto; el “pueblo” al que tanto ama la 4T no podrá soportar mucho más castigo de la naturaleza.
No será fácil: el desmantelamiento del gobierno de la 4T en la materia es de tal magnitud que la próxima presidenta no tendrá margen de maniobra. Y tampoco tendrá dinero —porque el gobierno ya no tiene fondos y está muy endeudado—, a menos que haga una reforma fiscal, lo cual no es muy probable, pues no hay político que esté dispuesto a echarse ese trompo a la uña.
Y si esa presidenta es Claudia Sheinbaum, la tendrá aun más difícil, porque, forzada por las circunstancias o por convicción, ya se comprometió a concluir las obras que dejará inconclusas su mentor, entre las que están el Tren Maya y la refinería de Dos Bocas. Y también porque los duros de Morena le exigirán cuentas y le reprocharán cualquier desviación de la doctrina original.
Sin embargo, declaraciones suyas después de su cuestionada victoria electoral parecen dar atisbos de cierta intención de trazar su propia ruta y hacer las cosas a su manera.
Ya se verá.

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