Covid, la trampa de los números

Es curioso y casi podría parecer presuntuoso, pero es un hecho notorio que desde que evidencié, hace una semana, las discrepancias entre los encabezados y los textos de los boletines que sobre el covid en Guerrero divulga la Dirección General de Comunicación Social del gobierno del estado, los reportes subsecuentes han asegurado que ya no hay fallecimientos por esa causa, y ya no hay discrepancia entre el título y el texto de los reportes diarios: ha sido más de una semana sin decesos.

Puede ser verdad, pero no deja de resultar sospechoso. Sobre todo porque en lo que ha transcurrido de junio los contagios se han multiplicado de manera constante; el 30 de mayo había 29 casos activos; el 26 de junio (menos de un mes después) hay 414; el aumento en estos 28 días fue de 1327.6 por ciento. Así que es extraño que ante tal aumento de contagios haya cero decesos, si bien es evidente que el hecho de que estos no evolucionen al mismo ritmo que las infecciones es un efecto que puede ser atribuido a la vacunación masiva: dado que muchas personas están vacunadas, se contagian, pero no se agravan y no van a parar al hospital.

Sin embargo, llama la atención la actitud de las autoridades locales ante el problema: el hecho de que, durante dos semanas documentadas, el encabezado de sus boletines discrepara del texto da lugar a pensar que estaban tratando de ocultar información, quizá porque pensaron que reconocer en público la verdad alarmaría, apanicaría o de plano desataría una psicosis social, y la situación se les saldría de las manos.

 

Un poco de aritmética

Esa práctica se parece mucho a la manera de contabilizar los contagios que se le ocurrió el subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud federal, Hugo López-Gatell, para dar cada tarde el reporte de la situación del covid en el país. En el gráfico que concentraba las cifras de la pandemia en México había una que se refería al porcentaje que los decesos del día representaban, no respecto de los decesos del día anterior, como lo habría pensado cualquier matemático, sino al porcentaje que representaban respecto del total acumulado a lo largo de toda la pandemia.

Era una manipulación tramposa de las cifras, aunque éstas fueran verdaderas, que tenía la clara intención de hacer pensar al público que la situación no era tan grave. Pongo un ejemplo para que se entienda bien la trampa que urdió López-Gatell: al amanecer de este sábado 25 de junio del 2022, la cifra de muertes por el covid reconocidas por el gobierno (que son menos que las reales) era 325 mil 458 en todo el país, y los decesos de las 24 horas anteriores fueron 42. Pues bien, López-Gatell dispuso que el porcentaje de incremento en las muertes no debería calcularse contra las del día anterior, que fueron 20, sino contra el total de 325 mil 458. La razón es bien simple: el porcentaje de muertes de hoy sobre las de ayer es 110 por ciento, una cifra preocupante, pues indica que las de hoy fueron más que las de ayer; en cambio, el porcentaje de muertes de hoy contra el acumulado a lo largo de más de dos años resulta en 0.0001 por ciento, una diezmilésima por ciento. Es mucha diferencia, ¿no?

Y, claro, si el porcentaje de aumento en las muertes es de 0.0001 por ciento, tal vez el problema no es tan grave y no hay de qué preocuparse. Ese era el efecto que el gobierno buscaba: que la gente no se alarmara ante la gravedad de la situación. Es una perversa fórmula digna de Joseph Goebbels para mentir con elegancia y con aplomo. Pero el resultado es una catástrofe: más de 500 mil mexicanos muertos al día de hoy (si se incluyen las muertes que el Registro Civil atribuye al covid y que no fueron contabilizadas por la Secretaría de Salud), muchos más que los 60 mil que López-Gatell adelantó que sería catastrófico.

A menos que surja una cepa del covid en extremo contagiosa y letal, no es probable que las autoridades vuelvan a ordenar que la gente se encierre en casa aun al costo de hundir la economía, como lo hicieron en 2020, sin prever las consecuencias y sin suficiente conocimiento del fenómeno. «Quédate en casa, quédate en casa, quédate en casa», la recomendación del subsecretario López-Gatell, no era una estrategia en modo alguno, y mucho menos era una política pública. Fue sólo la ocurrencia de un médico mediocre, cuyo principal mérito es su abyecta y vergonzosa sumisión al presidente López Obrador. Su limitada mente no le permitió prever la ruina a la que una recomendación como esa empujaría a la economía, a cientos de miles de negocios y a millones de familias pobres.

Hoy, por suerte, ya nadie hace caso a López-Gatell, ni siquiera López Obrador. Y si el Presidente lo sostiene en el cargo, no ha de ser porque confía en él, ni por su capacidad profesional, sino porque su presencia ahí irrita mucho a la oposición. Y al Presidente le encanta irritar a quienes él considera sus enemigos.

Así que, incluso si López-Gatell volviera a disponer que todos nos encerremos otra vez, ya sólo lo obedecerían los que de plano no puedan eludir sus sanciones. La gente tiene necesidad de comer, por encima de todo. Y si un médico burócrata la vuelve a poner en la disyuntiva de morir de hambre o morir de covid, de seguro que en masa optará por arriesgarse, si bien lo menos posible, a contraer el coronavirus. Con tal de tener comida, la gente se jugará su salud; al fin y al cabo ya sabe que el principal medio de contagio son los aerosoles de la respiración, lo cual, por cierto, desmiente otra mentira de López-Gatell: que la mascarilla no tenía utilidad alguna, sino que sólo agravaba el problema y era un gasto innecesario, contra la opinión de los verdaderos científicos del mundo: que ese dispositivo de fibras textiles y sintéticas es la mejor prevención del contagio.

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