El gusto por la ostentación innecesaria

Esta es una anécdota real. Sucedió a mediados del 2006 en Arcelia, Guerrero, la cabecera del municipio del mismo nombre., en la región de Tierra Caliente de la entidad:

Era mitad de la tarde de un día cualquiera en el centro de la ciudad en la que en ese entonces vivían unas 30m mil personas. Una familia constituida en su mayoría por mujeres de todas las edades, unas ocho o 10, y dos o tres niños pequeños, aguardaba la salida de la camioneta de redilas habilitada como transporte de pasajeros, para volver a alguna comunidad de la sierra de Tierra Caliente.

Que se trataba de familiares, era obvio: se mantenían cercanas las unas a las otras, se hablaban y conversaban a ratos. Y se ocupaban de cuidar a los más pequeños.

Todos, adultas y niños, llevaban prendas de oro con tal ostentación que eran visibles hasta el otro lado de la calle; colgaban de sus cuellos como cadenas, pero también aretes, arracadas, anillos —incluso en dedos de los pies—, esclavas, pulseras —incluso en los tobillos— y hasta en los dientes.

Era obvio que habían bajado de la sierra a surtir su despensa para un largo periodo: su carga, muy voluminosa, como para varios meses —lo cual daba una idea de lo aislada y distante que estaría su comunidad— estaba junto a ellas.

Se trataba de una familia pudiente para los niveles de la economía de la sierra; una familia de altos ingresos, pero de muy escasa cultura. Porque, si hubieran decidido vender todo ese oro —que para alguien con algo de cultura financiera es más útil como reserva de valor financiero que como adorno—, habrían podido comprar un vehículo adecuado para los caminos de la sierra, en el que cupieran con comodidad toda la familia y su carga, para viajar entre la cabecera municipal y su comunidad.

Eran los buenos tiempos para los cultivadores de amapola, cuando el fentanilo aún no se veía en el horizonte y, por esa circunstancia, todo era bonanza financiera para ellos. Por supuesto, no se puede afirmar que era una familia dedicada al cultivo de amapola, pero eso no habría sido nada raro en la sierra de Guerrero en el año 2006. Hoy, el fentanilo, mucho más barato y efectivo que la morfina —si bien de esa flor se extraen también heroína y codeína— ha llevado a la ruina al negocio de la amapola.

Pero ellas preferían viajar dando tumbos en la incómoda camioneta de transporte público con su carga. Era obvio, pues, que sus aspiraciones no les daban para más, y que ser muy inteligente o instruido no garantiza tener buenos ingresos; la cosa es más compleja.

No es necesario ir tan lejos como la sierra de Tierra Caliente para ver escenas como la descrita: el sábado pasado, por ejemplo, la alcaldesa de Acapulco, Abelina López Rodríguez, se organizó una fiesta de cumpleaños por sus 55. Hubo cientos o miles de invitados, mariachi, música de viento, comida, lonas con mensajes de adhesión y de felicitación, arreglos florales y toda la parafernalia, el boato, el postín, la pompa y el aparato que tanto gusta a personas con cierto perfil, proclives a gastar todo el dinero que tengan que gastar para darse el gustito de agasajarse un día al año, y de dejarse abrazar y lisonjear como el centro de la atención.

Personas de ese perfil no pueden aguantarse las ganas de colgarse oro por todas partes, aunque eso no sea muy estético, ni muy inteligente. A ellas les gusta la pompa, la fastuosidad, la ceremonia.

El deseo de ser el centro de la fiesta es propio de machos alfa o de personas de escasa cultura, de espíritu pobre y de intelecto anémico. Y casi nunca son identificadas, sino hasta que obtienen algo de poder (o mucho), y entonces dejan ver su miseria intelectual y emocional.

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